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domingo, 21 de julio de 2013

La tarta de queso que no es pesada ni viene de NY


La Operación Foquini de este verano está siendo todo un éxito. Llegados a este punto, comunico mi decisión de abandonar el plan por unos meses. A partir de ahora se impone ir a correr sin saltarme el calendario, y registrarme en la biblioteca para continuar con mi tesis allí, a salvo de mi despensa.

Como colofón de la Operación Foquini 2013 he preparado una tarta de queso. La semana pasada había hecho tres millones de galletas (una no es en absoluto exagerada) para llevar a una barbacoa de cumpleaños, a la que finalmente no pude ir. Un tercio de las galletas (es decir, un millón de unidades) sirvió de desayuno, merienda, y tentempié para los habitantes de esta casa. Otro tercio fue guardado para su correcta conservación en un tarro de cristal. El millón de galletas restante se estaba poniendo blandengue, y había que darle alguna salida. Como el cubo de la basura no es una opción contemplable, se me ocurrión usarlas de base para una tarta de queso. Porque, si has hecho unas galletas casera con aceite, cacahuetes y chocolate, qué se puede hacer mejor que añadirle mantequilla y ponerle por encima queso y mermelada, ¿verdad?


Esta receta de tarta de queso es la que ha hecho mi madre en casa toda la vida. Es facilísima, y está muchísimo más rica que las que suelen poner en restaurantes y cafeterías. Por una razón en concreto: desde hace años se ha puesto de moda preparar el famoso "New York Cheesecake", que aunque está rico, es una auténtica bomba calórica: las medidas suelen considerar en torno a 1 kg de queso crema más 1/4 kg de nata, para 12 raciones. A mí eso me parece una barbaridad, es comerte casi media tarrina de queso a cucharadas. Sinceramente, imaginar que cuando hago una tarta pongo 1 kg de queso y encima añado nata me da asco. Claro, con tanta grasa la tarta queda rica (el queso y la nata están ricos en cualquier plato) pero luego la digestión es tan larga como si en vez de un trozo de tarta nos hubiéramos comido un adoquín. Cuando esta receta empezó a pulular por los más respetados blogs de cocina españoles me cogí tal cabreo que los borré de mi lista de feeds. Los gastroblogueros que un día sí otro también proponen barbaridades calóricas de este calibre no se merecen mi respeto.

Ahora cuento tranquilamente hasta diez y ya sigo con mi receta. Que no es mía, es de mi madre, y lleva queso blanco y yogur, así que resulta más ligerita. Tampoco es que sea un dulce de dieta, no nos vayamos a engañar, pero se digiere sin problemas. Con estas cantidades salen de 6 a 8 raciones. Yo hice el doble (la receta original) y me ha dado para una tarta y varias tartaletas individuales.



Para la base:

  • 150 g de galletas
  • mantequilla
Moler las galletas en el accesorio picador de la batidora. Añadir un poco de mantequilla para que quede con textura de arena mojada (no necesita ser una masa, pero que tampoco quede suelto). Usar esta mezcla para cubrir el fondo del molde, aprentando con una cuchara para que quede firme.

Como mis galletas caseras ya tenían bastante grasa, sólo puse 15 g de mantequilla. El viciosillo de Jamie Oliver* le pone también unos trocitos de chocolate negro, que queda muy bien. Mis galletas además tenían cacahuetes, dándole un toque más crujiente a la base. Con esto os quiero decir que improviséis libremente.

Si queréis que sea apta para celíacos, podéis usar galletas sin gluten, o simplemente prescindir de la base: el relleno de esta tarta es suficientemente consistente y también queda muy rico solo.



Para el relleno:

  • 2 huevos
  • 20 g de harina fina de maíz (tipo maizena)
  • 75 g de azúcar
  • 250 g de queso blanco de untar (yo usé mascarpone)
  • 150 g de yogur blanco sin azúcar (un vasito)
  • El zumo de una lima (o de medio limón, aunque ya sabéis que la lima es el fruto del paraíso, siempre mejor con lima ;)
Ponerlo todo en un bol y batir bien con la batidora, que quede bien mezclado y espumoso. Verter con cuidado en el molde, sobre la base de galletas.


Meter al horno precalentado a 180 ºC (encendido sólo abajo) durante unos 40 - 50 minutos, comprobando el punto de cocción pinchándolo en el centro (el pincho deberá salir limpio). Dejar enfriar antes de desmoldar.

¿Con o sin fruta?

Antes de servir se puede decorar con mermelada, o con frutas frescas (por ejemplo, con fresas cortadas por la mitad y rodajas de kiwi queda espectacular). Yo hice una compota rápida con frambuesas y fresas cortadas en trocitos, poniendo las frutas en un cazo con una cucharada de azúcar a fuego lento durante unos 15 minutos, hasta que la fruta empezó a soltar el jugo rojo.

Conservar en el frigorífico.



* Mi amigo Jamie Oliver también es propenso a las recetas hipercalóricas. Pero se lo perdono porque lidera el #FoodRevolutionDay.

domingo, 14 de julio de 2013

Galletas caseras, por favor


Aviso: hoy toca rollo. Ya lo siento, pero estaba leyendo en el intenné un par de artículos sobre activismo gastronómico y ha sido muy revelador, como mirarme en un espejo.

Comer me ha gustado siempre, demasiado, de hecho. Al sobrepasar la veintena mi metabolismo, ese generoso individuo que se deja culpar de todas las gorduras, cambió y tuve que buscar alguna manera de mantener el equilibrio. Empecé con una mezcla de deporte y moderación. Los que me conocéis sabéis que no soy ni demasiado constante en mis actividades deportivas, ni precisamente una persona delgada. Pero creedme si os digo que yo antes comía mucho más y me movía mucho menos.

Sobre todo, con los años y la adquisición de ciertas amistades me he vuelto mucho más selecta. Ahora me importa que cada una de las comidas sean buenas: de sabores compensados, pero también observo si a lo largo de la semana voy equilibrando o no las proporciones de proteína, verdura, carbohidratos; observo la calidad de los ingredientes y cuando sólo tengo cinco minutos para comer (como ha sido frecuente a lo largo del último año) me pone de mal humor que el pan del bocadillo sea industrial.

Cosas de la edad, supongo.

La situación no hace más que empeorar, porque ahora también me pone de mal humor si veo que mis amigos comen pizza congelada, o entran en alguno de esos restaurantes de hamburguesas hechas de material inidentificable. Como decía alguien en algún artículo que leí en algún idioma, compramos lasaña congelada a un euro, y luego nos escandalizamos porque está hecha con carne de caballo.

Entonces llegó diciembre de 2011, y un día mientras me bañaba en las aguas verdes del Mar de Andamán de repente me invadió la certeza de que quería abandonar mi carrera en investigación para dedicarme a la comida.

La decisión no la tomé en un solo día, claro, pero me gusta más contar la historia así.

En esas estoy, y mientras busco mi nuevo camino laboral me encuentro mirando las listas de ingredientes en los productos preparados del supermercado y preguntándome de dónde vienen este pescado, estas verduras, cuál sería un precio justo para los alimentos que estoy comprando, si tiene sentido enviar comida a todo lo largo y ancho del planeta, qué y cómo comemos en Europa en comparación con otras regiones como por ejemplo Asia, qué vamos a comer dentro de cincuenta o cien años. Me hago estas preguntas de manera honesta e intentando no caer en tendencias populistas. Y cada vez leo más sobre el tema, y me gusta más discutir sobre ello.

A ver si va a ser que tengo corazón de activista gastronómica.

Mi pequeña revolución empieza por contaros que la comida hecha en casa no sólo es más saludable, sino además está muchísimo más rica que la industrial. Que ya lo habréis leído muchas veces, pero no me cansaré de decirlo porque es verdad, os lo prometo. Parece ser que todos lo sabemos, pero la realidad es que nos acostumbramos a los productos industriales y se nos olvida a qué sabían las cosas antes, cuando la sobrasada no venía envasada en la sección refrigerada sino que la preparaba el carnicero de la esquina.

No os voy a decir que os pongáis a preparar sobrasada en casa (al menos por ahora). Pero hay tantas cosas tan sencillas, tan fáciles, que cualquiera puede hacerlas.

Por ejemplo estas galletas.


Si un día os levantáis con ganas de atiborraros a galletas, como me pasa a mí a veces, lo confieso sin pudor, no comáis galletas de esas asquerosas y grasientas que venden en el súper a euro la docena. Hacedlas vosotros, por favor. Se tarda un plis, están mucho más ricas, se digieren mejor, y estáis más seguros de qué contienen.

La receta base la tomé de Dan Lepard, que es una de las pocas personas de cuya repostería me fío. Luego la cambié, claro, porque yo no puedo seguir una receta al pie de la letra. Me viene de familia.


Para unas 25 galletas:

Poner en un bol
          100 mL de aceite de girasol
          + 150 g de azúcar moreno
          + 40 g de azúcar blanca
          + 1 cucharada de tahini
          + 1/2 cucharadita de extracto de vainilla
y mezclar todo bien con una cuchara.

Añadir entonces
           + 1 huevo
y mezclar todo bien.

Pesar en un cuenco
           + 200 g de harina de trigo
           + 1/2 sobre de levadura química
           + 1/2 cucharadita de bicarbonato
y añadirlo sobre la mezcla anterior usando un colador o un tamizador, para que se distribuya uniformemente.
Mezclar bien con la cuchara.

Añadir
            + 100 g de chocolate negro cortado en trozos no muy pequeños
            + 100 g de cacahuetes salados
y mezclar con las manos repartiendo los trocitos por toda la masa. 

Guardar la masa en el frigorífico durante al menos una hora, o un rato en el congelador, hasta que esté fría y se pueda manejar bien con las manos.


Calentar el horno a 170 ºC, encendido arriba y abajo.

Cubrir la bandeja del horno con una hoja de papel vegetal, y poner sobre ella bolitas de masa: tomar porciones de masa con una cucharita, hacer una bolita y aplastarla un poco con las palmas de las manos. Ponerlas en la bandeja, bien separadas (yo he puesto 16 por bandeja).


Hornear durante 10 minutos, hasta que estén doradas. Sacarlas con cuidado y dejarlas enfriar sobre una rejilla. Conservar después en un bote de cristal o una lata.

Si sois muy viciosos, podéis hacer el doble de masa y congelar la mitad para otro día.


domingo, 16 de junio de 2013

Revani - dulce griego de semolina

El revani o ravani es un dulce típico de Grecia y de Turquía. Lo probé el año pasado en Creta y me encantó, porque es uno de esos dulces tradicionales, sin tonterías, y a pesar de que va borracho, no resulta empalagoso, ya que la masa en sí casi no lleva azúcar. Se merienda fresquito en un día de calor y es como tomarse un trocito de sol de verano, no del sol de medio día, sino del de final de la tarde, que ya no quema pero te saca una sonrisa.

Un revani dorado y reluciente como el sol.

Estaba yo pensando en Grecia, en lo buenísimo de su gastronomía, en lo bellísimo de sus paisajes, en lo simpáticos que son los griegos y en la situación económica y política tan difícil que están pasando. Y como Grecia y los griegos me caen bien, así en general, he hecho este revani como homenaje. A ellos y a mis comensales, que no han dejado ni una miga.

La receta es una mezcla entre varias que he leído por la web. Como pasa con cualquier plato tradicional, en cada casa se hace de una manera. A veces le ponen yogur, a veces no, a veces va sin huevo (aunque esto no me queda claro si es una opción real o una errata). Bueno, por mi parte, si la elección está entre poner yogur o no, por supuesto la respuesta es: yogur, y del griego, claro.

Con estas cantidades sale mucho revani, porque aunque parece un bizcocho es más pesado. Aquí a cuatro glotones nos ha dado para desayunar tres días. Así que quizás os interese hacer sólo la mitad. En cualquier caso, es rápido, fácil, y da muy buen resultado. Porque los dulces de toda la vida tienen un rinconcito ganado en el corazón de cualquier persona que aprecie la comida, y ese lugar no lo van a perder nunca.

Así es la miga del revani: gruesa pero esponjosa.


Ingredientes (para muchas raciones):

Para la tarta:

  • 225 g de mantequilla sin sal a temperatura ambiente
  • 230 g de azúcar
  • 6 huevos
  • 450 mL de yogur
  • 260 g de semolina de trigo
  • 140 g de harina de trigo
  • 1 sobre de levadura química
  • la ralladura de un limón
Para el sirope:
  • 2 tazas de azúcar
  • 2 tazas de agua
  • 1 cucharada grande de miel
  • 1 rama de canela
  • el zumo de medio limón


Preparación:

Para la tarta:

  1. Poner en un bol la mantequilla y el azúcar, y mezclar bien con la batidora de mano.
  2. Incorporar los huevos, y después el yogur y la ralladura de limón.
  3. Añadir por último la semolina, la harina y la levadura, y batir hasta que esté todo bien mezclado.
  4. Verter a un molde de cremallera bien engrasado y hornear a 180 ºC (horno arriba y abajo) durante unos 30 minutos, hasta que al pinchar en el centro con un palito éste salga limpio. Cuidar también que no se queme por arriba; si vemos que se dora demasiado, lo cubrimos con papel de aluminio.
  5. Sacar del horno y dejar enfriar.
Para el sirope:
  1. Ponemos el azúcar, la miel y el agua en un cazo y removemos. Ponemos también la rama de canela, y llevamos a ebullición. Dejamos hervir durante unos 10 minutos y después retiramos del fuego.
  2. Echamos el zumo de limón en el cazo y lo mezclamos bien.
  3. Colamos el almíbar a un bol y lo dejamos enfriar en la nevera.
Montaje:
  1. Una vez que la tarta está fría, la desmoldamos y la cortamos en rombos con un cuchillo afilado.
  2. Si el sirope está frío ya, empezamos a verterlo sobre la tarta, a cucharadas y repartiéndolo bien por toda la masa.
  3. Guardamos la tarta en el frigorífico y servimos así, fresquita.

domingo, 2 de junio de 2013

Espárragos a la Parisina (o algo así)


En Berlín la ubicuidad de espárragos blancos alemanes anuncia la llegada del verano. Aunque luego una se asoma a la ventana y se lleva la impresión de que esto es Mordor, que hay una densa capa de ceniza cubriendo el cielo, y que no habrá ni verano, ni sol, ni un nuevo día, jamás de los jamases.

Mi recurso para sobreponerme a este un-día-sí-otro-también de lluvias monzónicas es imaginar una realidad alternativa. Como por ejemplo, que esta receta que me acabo de inventar (con la colaboración intelectual del Toledano) es la manera en la que la jet set parisina come los espárragos en primavera. Bueno, la jet set seguro que los come cubiertos con puturrú de foie. Pongamos entonces que no se trata de la jet set, sino de un bonito restaurante regentado por un francés de campiña que siente añoranza por los sabores sencillos y limpios de los productos de calidad. En su pequeño local sirve estos espárragos junto a una buena copa de vino tinto, y se pasea entre las mesas, las manos metidas en los bolsillos del peto vaquero y el pelo blondo grisáceo despeinado sobre la frente, complaciéndose con la satisfacción de los clientes. ¿Por qué no?


Ingredientes para dos personas:

  • 500 g de espárragos blancos
  • 2 ó 4 lonchas de jamón cocido (depende de lo grandes que sean)
  • 500 g de patatas nuevas
  • 1 quesito de rulo de cabra (NOTA: Para celíacos, quitar la cubierta del queso)
  • mantequilla, sal y pimienta


Preparación:

  1. Pelamos las patatas, las lavamos, y las cortamos en rodajas de aproximadamnte 1 cm de grosor.
  2. Lavamos los espárragos. Cortamos unos 3 ó 4 cm de la base (según veamos cómo están de secos ahí) y con ayuda de un pelapatatas, los pelamos retirando la capa esterior a lo largo del tallo (¡respetar las yemas!).
  3. Cocemos las patatas y los espárragos. Yo lo he hecho en la olla rápida, poniendo dos vasos de agua en el fondo y las verduras sobre la bandeja para cocer al vapor. He guisado durante 6 minutos desde que ha subido la válvula, y luego como no tenía ganas de esperar más, he enfriado la olla bajo el grifo.
  4. En una fuente para horno engrasada con mantequilla he puesto una base de patatas, y luego he añadido sal y pimienta.
  5. Los espárragos los he sazonado y los he envuelto de dos en dos con las lonchas de jamón cocido.
  6. Por último, he puesto unas rodajitas de rulo de cabra.
  7. Gratinar en el horno a máxima potencia durante unos 10 minutos, et voilà! Servir calentitos.

domingo, 21 de abril de 2013

Pizza y Galette de manzana y arándanos

Hace varios meses que este máster y todo el trajín que conlleva no me permiten cocinar más que lo fundamental para subsistir. Por suerte en algún momento de lucidez se me ocurrió comprar un congelador y abarrotarlo de tápers de comida casera ya preparada, de modo que tridimensionalmente sigo siendo casi la misma mandarina que en septiembre. Digo casi, y matizo: quién quiere hacer la operación bikini existiendo la dieta MBA, que es más cara, pero eh, al final te dan un titulito. Aunque esa es otra historia, y será contada en otra ocasión.

Yo lo que quería contaros es que tenía muchas, muchas ganas de meter las manos en una masa. Y a falta de una, las metí en dos: una de pizza y otra de galette. La de pizza, porque tenía ganas, simplemente. La de galette, porque una de mis mejores amigas se muda a París, y pensando en ella quería preparar algo de inspiración francesa.

Galette, o tarta con forma free-style

La masa de pizza la he hecho ya varias veces. Es muy sencilla y queda bastante rica, fina y crujiente por los bordes. Aunque no es el pan de pizza ese tan rico que ponen en las pizzas italianas de verdad. Pero para comenzar está bien.

La receta de masa para la galette la tomé de Dan Lepard. Me váis a perdonar la falta de formalidad esta vez, pero no os doy la referencia exacta porque no soy capaz de encontrarla. Decidí rellenarla con manzanas y arándanos, una combinación que ya probé el año pasado y que me encanta tanto por el sabor como por la mezcla de colores. Aunque esta vez le he añadido un toque de vino sherry para aromatizar, y me ha encantado el resultado: un pastel con mucha fruta, no muy dulce, con un sabor sutil a vino, y que resulta bastante ligero. Lo recomiendo como postre para una cena.


Cómo hacer la masa de pizza:
  1. Poner en un bol 500 g de harina de trigo tipo 405 (la normal de repostería) y 10 g de sal fina.
  2. Incorporar 10 g de levadura fresca, deshaciéndola con las manos. 
  3. Añadir 250 g de agua aproximadamente, hasta que se forme una masa que no esté ni seca ni pegajosa.
  4. Añadir 50 g de aceite de oliva y amasar suavemente durante unos 15 minutos, usando la base de las manos, hasta que el aceite se haya incorporado a la masa y ésta quede lisa.
  5. Cubrir la masa con un paño limpio y dejarla reposar en un lugar cálido durante una hora aproximadamente, hasta que doble su volumen.
  6. Pasado este tiempo, formar la base de la pizza estirándola con un rodillo de madera. Yo pongo un poco de harina en el rodillo para que la masa no se pegue, y cubro la superficie donde voy a estirar la masa con un par de puñados de semolina de trigo. Los granitos de la semolina le darán una textura estupenda a la masa de pizza.
  7. Una vez formada, volver a dejar la masa reposar durante media hora. 
  8. Después de ese tiempo, poner los ingredientes que se prefieran y hornear a temperatura máxima (horno arriba y abajo) durante unos 15 ó 20 minutos, hasta que veamos que la masa está doradita.
Pizza con tomate, jamón, alcachofas y mozzarella

Con estas cantidades salen 4 bases de pizza individual. Lo que yo hago es dividir la masa en dos después del primer levado, hacerla una bola, envolverla en plástico transparente y luego en una bolsa de congelar, y meterla al congelador para usarla otro día.


Cómo preparar la galette de manzanas y arándanos:

  1. Mezclar 250 g de harina de trigo tipo 405 con 50 g de azúcar glas (a mí se me acabó, así que usé 25 g de azúcar glas y 25 g de azúcar normal).
  2. Incorporar 150 g de mantequilla sin sal, fría y cortada en daditos, 2 yemas de huevo y 2 cucharadas de agua fría. Mezclar todo rápidamente hasta que se forme una masa.
  3. Hacer una bola con la masa, envolver en papel film transparente y reservar en el frigorífico durante al menos 30 minutos.
  4. Mientras tanto, pelar 3 manzanas y cortarlas en gajos. Ponerlas en un bol junto con 125 g de arándanos, ya lavados y escurridos.
  5. En un vaso disolver 2 cucharadas de azúcar morena en unos 80 mL de vino sherry semidulce. Verter el líquido sobre la fruta, mezclar para que ésta se empape bien, y dejarlo reposar.
  6. Estirar la masa con un rodillo espolvoreado en harina, dádole una forma aproximadamente circular. Pasar la masa a una bandeja de horno cubierta con papel vegetal.
  7. Repartir las manzanas y los arándanos sobre la masa, dejando sin cubrir una distancia de unos tres dedos desde el borde. Doblar entonces la masa que ha quedado sin cubrir hacia adentro, formando el borde de la tarta.
  8. Espolvorear la fruta con otras 2 cucharadas de azúcar morena. Usando los dedos, salpicar la fruta con unas 2 cucharadas del líquido que sobró en el bol (la mezcla de sherry y azúcar).
  9. Hornear a 190 ºC (horno encendido arriba y abajo) durante unos 35 minutos, hasta que la masa y la fruta estén doradas.

Como tiene tanta fruta, me puedo tomar un trozo más grande, ¿no?

Con estas cantidades me sale suficiente masa para dos bases finitas de tarta. Después del reposo en el frigorífico, he dividido la masa en dos y he congelado una mitad.

Dice David Lebovitz que él pone migas de galleta o de pan sobre la masa, antes de la fruta, para que absorba el líquidoy la base resista mejor. Lo probaré la próxima vez.

sábado, 16 de febrero de 2013

Papas a la riojana por San Valentín


Ya está, otro año más llegó San Valentín, otra vez corazoncitos rosas por todas partes. Y en principio no tengo nada en contra del rosa, ni de los corazoncitos, que cada uno los ponga donde quiera, pero no en mi comida. Tonterías, las justas. Porque no necesito que sea una fecha especial para cocinar por amor, eso ya lo hago habitualmente. Y porque si de verdad quiero demostrarle que le quiero, yo a mi churri no le preparo un pastel rosa en forma de corazón, sino unas patatas a la riojana, que llevan el auténtico color de la pasión: rojo chorizo.

Así que ésta es mi versión particular berlinesa, lo que por estos lares podríamos llamar Kartoffelsuppe mit Paprikawurst. Calentito y colorido, contrastando con este gélido gris mes de febrero.

Para dos personas:

Primero he preparado un sofrito con:

  • 1 cebolla
  • 2 dientes de ajo
  • 1 pimiento
  • 1 pimientito piri-piri (o una guindilla picante)
  • aceite
  • sal


Cuando las verduras están tiernas añado:

  • 1 chorizo (o un trozo, depende de cómo sea de grande)
  • 600 g de patatas, peladas y partidas en trozos medianos
  • 1 cucharadita de pimentón molido
  • una hoja de laurel


Cubro con agua y cuezo en la olla rápida durante 15 minutos (una vez que ha subido la válvula) o unos 40 minutos a fuego medio en una cacerola normal.


lunes, 4 de febrero de 2013

Las albóndigas definitivas


Desde hace años me persigue la obsesión de preparar unos espaguetti con salsa de tomate y albóndigas. ¿Y eso por qué? Pues no tengo ni idea. ¿Será porque es lo que comen todos los italianos en las series de mafiosos de EEUU? ¿Será por motivos religiosos?* ¿Será porque mi compañero Rafapa me contó una historia sobre unos espaguetti con albóndigas que hacía su abuela y que estaban de muerte?** Pues pensándolo detenidamente, me parece que en realidad esta fijación obedece al mismo motivo por el que cuando era científica me gustaba tanto estudiar los iones hidratados (y no tanto otro tipo de sistemas): simplemente porque sí.

La cuestión es que empecé a hacer pruebas en mi cocina sevillana, por aquella época en que si echaba una patata a cocer en agua me ponía a contarle las esferas de solvatación. Partí de la receta de albóndigas en tomate que se ha comido siempre en casa de mi madre, e implementé todas las variaciones que se me fueron ocurriendo. Que tampoco eran tantas, porque al fin y al cabo se trataba de hacer albóndigas en tomate.

Hasta que la última vez, al morder esta albóndiga, al probar esta salsa, solté un "¡Eureka!" al más puro estilo del profesor Bacterio. Y entonces lo supe: mis días como desarrolladora de albóndigas en tomate habían terminado. Ya está, ya la tengo: la receta definitiva de albóndigas en salsa para pasta.

Si mis amigos italianos ven esta receta, aclaro: Ya sé que cosas con pasta no es comida italiana. Pero esto está muy rico, que conste.

Total, que he puesto en una fuente:
  • 1 kg de carne picada, mezcla de ternera y cordero (la compré en el turco, así que nada de cerdo)
  • 2 dientes de ajo, picados muy finamente
  • 50 g de parmesano rallado
  • 200 g de nata líquida
  • 2 huevos
  • 3 cucharadas de semolina (se puede poner pan rallado)
  • sal
  • pimienta
  • perejil picado
Lo he mezclado todo muy bien, con las manos, y después he hecho bolitas del tamaño de una nuez (a mí me han salido 58).

Ahora preparo la salsa. En una olla he puesto:
  • 1 cebolla grande, picada muy fina
  • 1 pimiento, también picado muy fino
  • un poco de aceite de oliva
y he hecho un sofrito. Sobre esto he añadido
  • 1 L de tomate triturado
  • 1 cucharada de azúcar
  • un poco de agua
  • orégano y tomillo
y lo pongo todo a fuego medio. Cuando está caliente y haciendo "chop chop" de esa forma maravillosa que hace el tomate al freírse, voy echando las albóndigas en la olla, de una en una, despacito para que el tomate no se enfríe, y moviendo la olla suavemente, sujetándola por las asas y haciéndola girar sin levantarla del fuego, para que las albóndigas vayan encontrando su lugar, se vayan acomodando en la salsa.*** Entonces dejo la olla a medio tapar y a fuego lento un buen rato (al menos media hora) hasta que las albóndigas estén cocidas por dentro.

La carne ha quedado muy suave, y la salsa, ¡ah, la salsa! es un tomate frito, enriquecido con el juguito que han soltado las albóndigas, de carne y nata, sabrosísima, una delicia. Ahora ya sólo tengo que cocer la pasta. 

Aparto primero la ración de salsa y albóndigas que voy a usar (no nos vamos a comer el kilo de albóndigas de una tacada, ¿no? ¿O sí?). Saco las albóndigas a un plato. Pongo la pasta ya cocida (he usado bavette) en la olla con la salsa, y remuevo para que se mezcle bien. Sirvo en los platos, y reparto las albóndigas por encima.

Ñam ñam. Esta versión se queda en el menú habitual de casa.




* No, por motivos religiosos no es, que yo sólo rindo cuentas a la tortilla de patatas.
** La probabilidad de que esa historia sea fruto de mi imaginación es bastante alta. Lo de que fueran espaguetti con albóndigas, quiero decir. La parte de que la comida que preparaba la abuela de Rafapa era una maravilla, ésa no me la he inventado.
*** Venga, vale, os cuento toda la verdad: en mi olla no cupieron todas las albóndigas. Sólo cocí unas 40. Si queréis cocinar el kilo entero, probablemente tendréis que preparar más salsa.

martes, 22 de enero de 2013

Té de rosas


Sin duda una de las mejores cosas que me ha traído este máster es una nueva visión más cercana del mundo asiático. Una de mis compañeras, una encantadora hongkonesa, me hace frecuentemente regalitos originarios de su tierra. Entre ellos estaba este maravilloso té de rosas. Yo nunca había visto ni probado algo así. El sabor es muy delicado, el aroma envolvente, y se disfruta muchísimo con la vista. Un regalo para los sentidos. He hecho muchas fotos, para intentar grabar la sensación, atesorar el momento.

Ingredientes:
  • Una buena amiga hongkonesa o china
  • Unas cuatro flores por persona
  • Agua caliente

Preparación:

Invitar a la amiga hongkonesa a casa. Poner el agua a hervir. Repartir las flores entre las tazas. Verter el agua caliente encima. Esperar unos minutos, rodeando la taza con las manos y disfrutando del olor y de la imagen. Beber a sorbitos pequeños.